A raíz de la polarización entre la riqueza y la pobreza, la cual se intensifica cada vez más, está surgiendo una nueva ronda de luchas. Para avanzar, los revolucionarios deben saber cuál es el problema, contra qué se enfrenta el movimiento y hacia donde debe dirigirse. Cuando inicia algo nuevo, es posible hacer cosas que antes no eran posibles. Si los revolucionarios comprenden lo que es nuevo y emergente, podremos trabajar dentro del movimiento, avanzando en cada paso.

En el marco de la polarización entre las masas desposeídas y los capitalistas acaudalados, el estruendo de la revolución social se puede escuchar en todo el mundo. Actualmente, 567 millones de personas viven en países cuyo Producto Interno Bruto es menor que la riqueza combinada de las siete personas más ricas del mundo. Más de 1,000 millones de personas padecen de hambre en el ámbito mundial. Asimismo, 45 millones de los que sufren de hambre a nivel global viven en los Estados Unidos. Aquí, el estruendo de la revolución social está amenazando a millones de vidas que en algún momento contaban con seguridad y condenando a millones más a una situación similar a las castas, mediante la que enfrentan el desempleo permanente y la exclusión de una educación y servicios de salud decentes. Escuchamos el estruendo de la revolución social en el enojo y el temor, en las luchas dispersas por la educación y contra las ejecuciones hipotecarias. Lo escuchamos en Detroit, Michigan, donde las familias en 45,000 hogares no pueden pagar los servicios de agua corriente.

Lo escuchamos en las grandes ciudades y en los pueblos pequeños donde los trabajos a $28 la hora en la industria automovilística se han convertido en polvo.
La actual “recuperación sin puestos de empleo” nos deja con una cifra oficial de desempleo que superó la tasa del 10 por ciento en octubre del 2009. Aún peor, la tasa de desempleo en los hogares que forman el grupo de más bajos ingresos alcanzó la devastadora cifra de un 30,8 por ciento durante el cuarto trimestre del 2009. Para millones de estadounidenses, la pregunta apremiante es ¿encontraré trabajo? Para responderla, debemos comprender lo que está sucediendo en la economía. Se están llevando a cabo dos procesos simultáneos. Uno de ellos es la crisis de la sobreproducción, esos ciclos entre el auge y la ruina que son normales en una economía capitalista. El otro proceso es la revolución dentro de la economía, desencadenada por las nuevas herramientas de la robótica en los modos de producción. Durante las crisis de sobreproducción, la clase capitalista exige –y gana– concesiones de la clase obrera. Se contrapone mutuamente a los trabajadores en guerras de pujas sobre quién sacrifica más –los obreros de los sindicatos contra los obreros que no pertenecen a uno, los ciudadanos contra los inmigrantes. Las municipalidades compiten por otorgar exoneraciones parciales de impuestos, a fin de que las fábricas no se trasladen de lugar. Entonces, poco tiempo después, se cierran las fábricas porque no hay mercado para el que se está produciendo, o porque se puede producir más barato en otro sitio.

Lecciones del pasado

La lección abrumadora de esta historia reciente de la lucha es que el rumbo a seguir no es ser servil de formar reiterada ante la propiedad privada.

Ya es tiempo de hacer algo diferente. En las crisis anteriores, muchos trabajadores regresaron a sus antiguos puestos de trabajo. Esta vez, la mayoría de la gente sabe que sus viejos trabajos experimentaron una eliminación permanente. Algunos podrán obtener nuevos puestos de empleo, pero con salarios más bajos.

Millones de personas están buscando respuestas a su situación devastadora. ¿Cuál es el rumbo que resiste la embestida y le señala a la sociedad el camino a seguir? Hay diversas propuestas en cuanto al rumbo del movimiento—muchas de las cuales no son correctas. La nueva situación requiere de un nuevo rumbo.

¿Qué se puede hacer?


La respuesta radica en comprender no sólo los cambios económicos sino también los políticos. La respuesta consiste en desarrollar la voluntad política –la conciencia sobre lo que está haciendo el gobierno y al servicio de quién está, rompiendo con la dependencia de los partidos y los voceros de la clase gobernante. La recesión y el colapso financiero del 2008 muestran que el mercado no funciona –no para vender automóviles y viviendas, ni para brindar servicios de salud, ni para que la gente reciba calefacción y agua en sus hogares. Cuando la tecnología que reemplaza la mano de obra permite que sea posible generar muchos más productos que los que el dinero que tiene la gente puede comprar, el mercado no funciona para las empresas ni para el sistema global de intercambio. La acción gubernamental –los miles de millones de dólares de los fondos federales que se destinaron para salvar las corporaciones, sus ganancias y sus sistemas financieros– fue una prueba de las falsas ilusiones del sistema.

Cuando el gobierno intervino abiertamente a favor de los dueños de las corporaciones –y a expensas del público en general— ello representó una advertencia clara. A pesar de los crecientes costos médicos y de las ejecuciones hipotecarias, al igual que de salarios más bajos, más hambre y despidos masivos, no hubo ninguna medida de rescate para el pueblo estadounidense. La reacción natural fue de enojo e indignación. Ya estamos enfrentando un asunto de índole moral. El derecho de todos a una vivienda, a alimentos, a servicios médicos, a educación y al agua potable es superior al derecho de la propiedad privada de lucrarse de la miseria de millones de personas.

Cuando el mercado ya no puede garantizar las ganancias de las empresas y el gobierno interviene para protegerlas, ello también plantea la siguiente pregunta política. ¿A favor de los intereses de quién debe actuar el gobierno –del público o de las corporaciones? Los revolucionarios tienen que darse cuenta de esta nueva situación. El movimiento ya no puede depender de alguien más para que luche por sus intereses. El movimiento debe comenzar a luchar por un gobierno que actúe a favor del interés público.

Ya no se pueden librar las batallas diarias y dispersas de forma aislada de las acciones del gobierno. La puerta está abierta para que los revolucionarios empiecen a desarrollar la voluntad política del movimiento –tomar un paso decisivo a lo largo de la ruta hacia el poder para resolver estos asuntos de una vez por todas. No hay respuestas sencillas o garantizadas. Y existen muchos peligros. Las masas del pueblo pueden continuar luchando por algo que no comprenden; se pueden agitar los ánimos, la ira y el temor en una base de masas para la resolución fascista frente a los problemas económicos actuales. Pero los revolucionarios no pueden mantenerse al margen de forma pasiva.

Guiados por el análisis de la situación y las poderosas fuerzas que enfrenta el movimiento, podemos comprender el rumbo hacia la resolución final y el trabajo que se debe hacer en cada etapa de esta senda. Alentados por la visión de una nueva sociedad cooperativa que exige y hace posible la revolución económica, podemos lograr confiadamente que el movimiento avance desde adentro y cada paso que se tome será hacia la conclusión final.

 

Mayo.2010.Vol20.Ed3
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Pensar y actuar de nueva manera