Estamos al borde de la época más revolucionaria de nuestra historia. Profundos cambios sociales, impulsados por los cambios en la economía, abren una ventana de oportunidad que nos permite compensar por el estancamiento de la última mitad del siglo pasado. Igual que en previos momentos de gran cambio, algunos revolucionarios se estancan en el lodo de años pasados y no pueden avanzar con los tiempos cambiantes. Ese lodo representa confusión teórica. Esta confusión surge cuando los revolucionarios se aferran a una doctrina o teoría inalterable mientras ignoran los hechos que cambian constantemente. La eterna lucha por claridad es precisamente la lucha para mantener la fusión entre la teoría y la doctrina y refleja un mundo en constante transición.

Hoy en día se acepta ampliamente que la humanidad ha entrado a una época de cambio social. Los cambios fundamentales en la producción y distribución de los medios de supervivencia forzan el cambio de toda relación y formación social como consecuencia. Semejante cambio no es simplemente la destrucción de lo antigüo y la introducción de lo nuevo. Es un proceso complejo que implica el cambio en la forma y contenido de las relaciones y el cambio de la cantidad y calidad. Semejante época exije un liderazgo capaz de entender y funcionar bien con el movimiento social en transición. En los Estados Unidos hoy en día, el creciente movimiento de las masas se compromete peligrosamente por la falta de semejante claridad.

Los cambios cuantitativos en la economía son incrementales, pero mientras se acumulan, forzan los cambios sociales que aparecen de repente y en forma de crisis. Las ideas sociales no evolucionan como la reflección de la evolución en la economía. La clase gobernante no permite esto. Las antigüas ideas sirven un papel muy importante, un balance reaccionario contra el surgimiento de nuevas ideas revolucionarias. Semejantes ideas antigüas (los vestigios de épocas previas) han jugado un papel muy especial en el proceso para desorientar movimientos radicales en nuestro país. Hay mucho que debemos aprender de la historia en este sentido.

Justo al centro de estas ideas antigüas se encuentra el concepto político de la cuestión racial y cómo tratar con este concepto. La cuestión racial fue el tema central para evitar que la gente estadounidense logrará sus metas de la Guerra Revolucionaria de los EE.UU. Esas metas, consagradas en nuestros documentos de la Revolución, estaban fuera del alcance de las masas obreras anglosajonas mientras una cuarta parte de la clase obrera se encontraba en condición de esclavo. La cuestión racial fue clave para frustrar los objetivos populares de la Guerra Civil. Antes de abandonar la meta de romperles la espalda política a los cultivadores, la gente estadounidense primero tuvo que abandonar la visión, “Y corona tu bien con hermandad de mar a reluciente mar” (And crown thy good with brotherhood from sea to shining sea.) El hecho de utilizar con fines políticos la carta racial resultó en esto.

La cuestión racial también fue el tema central que impidió el brote del movimiento de los sindicatos en las décadas de los años 1930 y 1940. No había manera de avanzar y asegurar a los sindicatos sin organizar al Sur. Desgraciadamente los trabajadores no pudieron ni estaban dispuestos a tomar este paso. La alternativa fue crear las condiciones para que los sindicatos se convirtieran en algo parecido a un frente de obreros y una parte integrante del Departamento de Estado. Los revolucionarios y la gente de buena voluntad lucharon paso a paso, pero la falta de comprensión acerca de la naturaleza política más bien que la naturaleza biológica de la cuestión racial les llevó a la derrota.

Conforme entramos a la nueva época de transformación, la cuestión racial otra vez se presenta como un tema central. Esta vez no nos atrevemos a fracasar.

El racismo en los Estados Unidos ha sido contra los irlandeses, los indígenas de los Estados Unidos, los latinoamericanos, y los asiáticos. Pero más que nada el racismo se ha concentrado contra los afroamericanos, debido a que es una cuestión política. La política, se ha escrito, es el arte de la lucha de clases. Nada podría ser más artificioso que usar un míto para convencer a millones de gente que se hagan daño así mismos para satisfacer los intereses de sus enemigos. Y en fin, esto es precisamente lo que ocurrió en nuestra historia. Ocurrió debido a que la gente estadounidense fue convencida que estaban tratando con un tema biólogico en vez de un tema político. Hacemos hincapié en este punto porque los grandes cambios económicos y políticos que se están realizando están ocasionando profundas consecuencias en la política de raza y color.

Primero, veamos a la comunidad afroamericana. Uno de los vestigios ideológicos de la época de segregación es la tendencia de ver a los afroamericanos como una categoría en vez de verlos como una agrupación dispersa de unos 40 millones de individuos con diferentes historias, ideales, y metas y que pertenecen a varias clases económicas. Hoy en día no existe nada semejante a un “pueblo” afroamericano. Esta caracterización era correcta hace muchos años cuando la presión de segregación aisló a los afroamericanos del resto de la sociedad. Este aislamiento permitió la creación de una cultura común, estratificación interna de clases, y una agenda política común.

Conforme la base económica de segregación se debilitó, la cohesión social y política de la comunidad afroamericana se desintegró. Conforme la segregación se deblitó, la comunidad afroamericana, como tal, también se desintegró. Mientras se desarrollaron las posibilidades, la clase alta afroamericana mejor situada se mudó de los barrios bajos y se convirtió en parte de la burguesía anglosajona. En su totalidad la clase alta afroamericana sigue adulando a las masas afroamericanas, ya que todavía necesitan una base social para su progreso económico y social. En realidad, las dos clases tienen muy poco en común, y los dos lados están acelerando la tendencia hacia la orientación de clases.

Un gran número de oficiales civiles, militares, y policíacos y de corporaciones, de la educación, y del gobierno son afroamericanos, lo que da la impresión de que ha terminado la segregación, y la lucha de clase ha substituido a la lucha racial. Algunos revolucionarios siguen aferrados a la idea de que la raza todavía es el factor predominante. Otros dejan la cuestión racial y declaran que hoy en día solamente existe la cuestión de clase. La raza y el racismo son armas políticas para facilitar la explotación de clases y nunca debe ser ubicada en oposición a la clase. No es cuestión de uno o lo otro. Los dos factores existen en juego,y la pregunta es cuál factor predomina bajo cuáles circunstancias y en cuál dirección va el movimiento general.

No hay duda de que ha declinado el antigüo estilo de segregación y la forma del racismo con la muchedumbre dispuesta a linchar. La raza es un factor político y su forma cambia para poder funcionar dentro de cualquier cambio. Hoy en día, el aspecto sobresaliente de la lucha social es cada vez más intenso, guerra contra la nueva clase proletaria creada por la tecnología. Por razones históricas, el sector más vulnerable es el de los afroamericanos. El recorte devastador de la supuesta red de seguridad fue cumplido presentándolo como algo de los afroamericanos. Los ataques contra la educación y atención médica son siempre cuidadosamente disimulados en términos de raza.

Esta maniobra política se está llevando a cabo dentro de la realidad de una creciente consciencia social dentro de esta nueva clase proletaria. La clase gobernante no puede abandonar el arma de raza, ya que ha evolucionado históricamente y es una parte íntegra de la política estadounidense.

Mientras seguimos totalmente conscientes de la viabilidad de la cuestión racial, nosotros los revolucionarios nos concentramos en la cuestión de clase, la cual es el aspecto surgiente y progresivo. Nunca ha habido una separación completa de los trabajadores según su color. La disminución de la designación racial del trabajo y la naturaleza común del desempleo está creando oportunidades para la solidaridad de clases a un nivel enteramente nuevo. Previamente, la unidad que existía, era basada en torno a los problemas comunes en el taller. Hoy en día podemos hablar de la unidad de clases – que va mucho más allá de los problemas en el taller y en la área de lucha política.

En resumen, la lucha política es un arte. Se requiere más que una lealtad a la teoría o a la doctrina. Se requiere la capacidad de resumir, de tomar decisiones en base a las relaciones temporales de fuerzas subjetivas y objetivas. Esto no es más verídico en ningún otro lugar que en la lucha para unir a los históricamente desiguales sectores de la nueva clase revolucionaria.

 

Junio.2006.Vol16.Ed4
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La Cuestión Racial en los EEUU:
una cuestión en transición, pero central